lunes, 17 de febrero de 2014

El DESPERTADOR DE LA COINCIENCIA VASCA.



Manuel Larramendi

Juan Antonio de Lardizabal.

Escritor y pensador guipuzcoano (1690-1766).

 Manuel Larramendi

Nacido en Andoain el 25 de diciembre de 1690. Hijo de Domingo de Garagorri y Manuela de Larramendi. Ya desde niño, cuando fue a la escuela de Hernani, le llamaron Larramendi y con tal apellido ingresó en la Compañía de Jesús y ha pasado a la historia. Curiosamente en los Catálogos periódicos de miembros de la Compañía figura como Hernaniensis, y sólo en el inmediatamente anterior a su muerte (1764) se le designa como ex oppido Andoain. En el abandono del apellido paterno y en esta querencia hacia Hernani y fijación en el apellido materno pudo influir acaso la muerte de su madre y las segundas nupcias inmediatas de su padre con Catalina Echagoyen, cuyo primer hijo, seguido de al menos otros seis, nació en 1693, cuando Manuel no tenía tres años. Acaso tenga que ver con esta circunstancia el que un tío materno jesuita, Hermano Miner, lo llevara de niño al Colegio de Bilbao.

El pequeño ayudante de sacristía, "franco, divertido, honrado y fiel", según lo define quien le conoció de cerca, optó por ingresar en la Compañía de Jesús en cuanto pudo, tras los estudios de Gramática y la mínima edad exigida (6 de noviembre de 1707, sin haber cumplido los 17 años). Un año más tarde pronunciaba los votos de devoción (18 de noviembre de 1708) y los votos de bienio el 13 de noviembre de 1709, en el Noviciado de Villagarcía de Campos.

 Monumento a Manuel Larramendi en Andoain (Gipuzkoa).

Estudió Filosofía en Medina del Campo bajo el P. Losada, contándose entre sus mejores discípulos. Tras enseñar un año Gramática, inició su período salmantino (1715-20), siéndole asignada la oración fúnebre latina de la Reina Margarita (1716). Coronó sus estudios con los llamados Acto Menor (22 enero 1718) y Mayor (24 enero 1719), pasando a explicar Filosofía al Escolasticado de Medina del Campo (1720-4) para tornar de nuevo a Salamanca hasta 1730, donde figura como maestro de estudiantes. Durante ese período hizo la profesión de cuatro votos (3 marzo 1726), predicó la oración fúnebre del Rey Luis I (1724), dio Misiones en Palencia con el P. Manjón (1726), predicó los panegíricos de San Francisco Javier (1726) y San Ignacio (1728) y otras piezas oratorias, y era catedrático de Extraordinario. En 1730 se incorporó al Colegio de S. Ambrosio de Valladolid, como predicador y profesor de Teología Moral.

Su estrella académica palideció cuando fue destinado confesor de la Reina Mariana de Neoburgo, viuda del último Austria, Carlos II, confinada cerca de Baiona. Desplegó no escasa actividad desde su puesto, conociendo directamente los efectos del jansenismo y galicanismo. Graves intrigas cortesanas mancharon su nombre y el de la reina, a quien defendió bravamente acudiendo en persona a la Corte de Felipe V en Sevilla. Aunque el intrigante fue desterrado, el hecho puso en grave crisis la salud de Larramendi y le causó un fuerte desengaño que le empujó a retirarse de la vida pública y académica a Loiola. Una patente del general, obtenida por la reina, le permitió disfrutar de tal elección, aunque la orden lo quería llevar de nuevo a Salamanca. A partir de 1734 figura en los catálogos como operarius et concionator de la comunidad de Loiola, donde consumirá más de treinta años, hasta su muerte (1766).

 Caserío Garagorri, en Andoain (Gipuzkoa) donde nació Manuel Larramendi.

En el II centenario de su muerte, la vida de Larramendi con su cronología precisa cabía en una cuartilla y tal vacío afectaba singularmente a esos treinta últimos años de su vida, dentro de los cuales se situaba la publicación de su voluminoso Diccionario Trilingüe. Gracias al descubrimiento de documentación escondida y preciosos inéditos, particularmente de uno que he bautizado con el nombre de Autobiografía o Autoapología, escrito al final de su vida en defensa de su ejecutoria como religioso y en contra del sambenito doméstico de "amigo de fiestas", conocemos hoy mucho más abundantemente las tareas múltiples desplegadas por Larramendi desde su retiro de Loiola. "Trabajo siempre sin cesar y en mil tareas diversas y distintas", nos confiesa él mismo.


De ese período datan algunas de las obras que publicó como el citado Diccionario, la Nueva demostración en favor de la tesis vergaresa sobre la cuna de San Martín de la Ascensión, y sus numerosas obras inéditas, publicadas una a fin del siglo pasado (Corografía) o en el nuestro (Conferencias sobre los Fueros de Guipúzcoa), alegatos jurídicos en favor de Hernani, fábrica de anclas, piezas del período universitario (Acto Menor y Mayor, Margarita, Sermón sobre S. Francisco de Regis, etc.); continuando inéditas o perdidas otras cuantas (una obra extensa sobre el galicanismo titulada Fides graeca gallorum, un ensayo sobre el Agur, escrito breve sobre el jansenismo, dictámenes, cartas, sermones, etc. ). Recientemente se han publicado por el P. Altuna el inventario de la rica biblioteca personal de Larramendi, legada a Loiola a su muerte (Muga VI -1984- 66-81 ); y un sermón en euskera pronunciado en Azkoitia (1737), Anuario de Filología Vasca "Julio de Urquijo", 19 (1985) 237-88, por J. A. Lakarra.

Sobre estos materiales se ha innovado ampliamente la imagen de Larramendi, hasta ahora ligada a dos obras tan poco propicias a vislumbres biográficos como su gramática El imposible vencido y su Diccionario. Del análisis de las nuevas fuentes emerge una figura con fuerte personalidad y capacidad de irradiación, por demás activa y sensible, aunque dispersa en múltiples direcciones. Centrado en Loiola, sabemos que actuó en Donostia-San Sebastián, Hernani, Oiartzun, Tolosa, Mendaro, Mutriku, Zumaia, Soraluze-Placencia de las Armas, Andoain, Azpeitia... a pesar del ostracismo oficial. Intervino en pleitos por rozaduras entre Hernani y Urnieta, en la consolidación del asiento de anclas de Hernani para lo que se carteó con el ministro Ensenada, en el arreglo de viejas enemistades en Oiartzun o de conflictos municipales en Donostia-San Sebastián y Tolosa; predicó en las Juntas generales de Gipuzkoa, y en Pamplona / Iruña en la canonización de S. Francisco de Regis; terció en la polémica entre Beasain y Bergara sobre San Martín de la Ascensión, medió activamente en la reforma de las Agustinas de Hernani, Donostia-San Sebastián, Mendaro, Soraluze-Placencia de las Armas y de las carmelitas de Zumaia, administró los caudales de D. Agustín de Leiza en favor de la construcción de la gran parroquia de Andoain, donde pronunció la oración fúnebre del donante en euskera poco antes de morir. Además durante esos años pateó Gipuzkoa, recogiendo abundantes materiales para su Diccionario, y escribió gran parte de la obra que quedó inédita a su muerte, entre la que se cuenta una importante trilogía: la Corografía, una historia perdida de Gipuzkoa y sus casas solariegas, y la obra sobre los Fueros.

 Carta autógrafa de Manuel Larramendi

Si con estos elementos se llena de contenido el trentenio hasta ahora vacío, de ellos se deduce una imagen muy viva del P. Larramendi. El paréntesis cortesano de Larramendi determinó su vida, lo apartó de la Universidad donde hubiese brillado con arreglo a sus facultades; en compensación concentró su atención en asuntos y problemas de su país, despertando inquietudes y conciencia y dejando una estela que se recupera actualmente con el descubrimiento de toda su obra.

Larramendi, desde un punto de vista literario, es un gran escritor en castellano, mérito que supo descubrir L. Michelena, y maneja bien el latín y el euskera como lo demuestran las piezas que conservamos escritas en tales lenguas y hay que suponer que aprendió el francés. Su prosa castellana posee un gran garbo y gran riqueza de léxico. Pero es el fondo de sus obras más que su forma lo que ha atraído la atención del lector moderno.

  “En cualquier caso, pasa por ser el impulso de un renacimiento del euskera, especialmente con fines pastorales, y por ello impulsor de un renacer literario religioso.
La otra parte de su obra (Corografía, Fueros, etc.), difundida en nuestro siglo y hasta en nuestros días, le merece el título de despertador de la conciencia vasca en su dimensión general, y hasta en la especificidad guipuzcoana, con sensibilidad singular y premonitoria de amenazas que más tarde se convertirían en conflictos graves. Por ello su mensaje, mucho más complejo que sus supuestas o reales mitologías, ha encontrado sorprendente eco hic et nunc, en un claro exponente de gloria póstuma.”


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